Dijo mi madre cuando, por la grave enfermedad que yo padecía, mi vida estuvo en peligro. Tenía entonces ocho años, y n me asusté. Pensé que, al fin y al cabo, morirse no debía ser tan malo si la Virgen lo quería y mi madre me lo decía con aquella serenidad.
Su devoción a la Virgen era generosa y grande, vital y alegre, como buena valenciana, y lo manifestó de diversas maneras. Por ejemplo, en cada bautizo, tras la ceremonia del sacramento, como si se tratara de saldar una deuda, ofrecía su hijo a la Virgen. Además, quiso que todas sus hijas llevaran nombres de advocaciones marianas y hasta le puso Asunción a su primera hija porque en el año 1950 se declaró el dogma de la Asunción de la Virgen a los cielos.
Había oído comentar que sería bonito que cada familia tuviera una advocación propia de la Virgen y pensó que la nuestra podría ser la Virgen del Romero. Cuando advirtió que ya existía una en Cascante (Navarra), acudió con frecuencia a visitarla. En una ocasión la familia Romero, incluidos hermanos y tíos, nos reunimos en su santuario, en un encuentro que los más de cincuenta peregrinos dimos en llamarlo "Romerada".
A mi madre le gustaba visitar santuarios dedicados a la Virgen. En cada uno tenía encomendado a un hijo y al pasar a su vera, de camino a cualquier parte, renovaba la encomienda a la Virgen. Es como si tuviera otra familia, unida a la geografía de las iglesias marianas.
Cuando recibió la medalla de Hija de María fue significativo el lema que eligió: "Aparta Madre de mí lo que me aparte de Ti". Sin desmayo, sin ñoñerías, sin cosas ridículas, mantuvo toda su vida esta petición.
Como madre buscaba en la Virgen la protección que ella también procuraba a sus hijos, y al comenzar los viajes solía acudir a Ella para que nos protegiera bajo su manto, "como una madre arroparía a sus hijos para protegerlos", decía. Le dio mucha alegría cuando en 1963 fueron por primera vez a veranear a Riaza y descubrió que la patrona era la Virgen del Manto, devoción a la que había recurrido tantas veces.
Su preocupación por los demás era como una onda expansiva, familia, amigos, vecinos, conocidos, todos los hombres; y cuando veía o sabía de alguna catástrofe acudía enseguida a la intercesión de la Virgen para que tuviera compasión y ayudara a esas personas que sufrían.
Su hija Paz, la pequeña, cuando tenía tres meses, en verano se deshidrató, y mi madre le pidió a la Virgen de Hontanares -ermita en la montaña, cerca de Riaza donde estábamos veraneando- que la curara, e hizo la promesa de subir andando con ella en brazos hasta la ermita si sanaba. Se curó y fue dejando la promesa hasta que Paz ya tuvo cinco años. Sus hijos, algo asustados, le decíamos que podía cambiar esa promesa por otra cosa, pero ella, tenaz, quiso cumplir su palabra con la Virgen y la subió en brazos.
Esa devoción vital le hacía reconocer en todas las advocaciones marianas a la Virgen. Todas le gustaban: Mater, en su infancia, y la Virgen de los Desamparados, advocación especialmente misericordiosa, le acompañaron siempre, pero sin exclusivismos ni fanatismos. Al final de su vida tuvo delante continuamente una imagen de esta Virgen. La novena de la Inmaculada del año 1995 la hicimos leyendo las oraciones recogidas en un libro de su colegio. Fue antes de someterse a un tratamiento de radiaciones en la cabeza y se encontraba bastante delicada. En el mes de mayo de 1996, rezando la salve 5 días antes de morir, repetía bajito al terminar: "¡Madre de misericordia, Madre de misericordia!"
Las siguientes palabras de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego se las leí poco antes de fallecer y le gustaron mucho: "Oye y ten bien entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige: no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura a mi regazo y entre mis brazos? ¿Qué más has de menester?"
Le gustaba repetir: "Para las madres y para Dios todos somos hijos únicos". Había experimentado ese amor exclusivo a cada hijo, y exclusivo de Dios hacia ella. También se consideraba, del mismo modo, hija de la Virgen.
Mayo era su mes, el de la Virgen, el mes de las flores. Nació el 26, en este mes es su santo, el 6 hizo la primera comunión, le impusieron la medalla de hija de María y también en este mes el Señor quiso llevársela, como una muestra de su amor hacia ella. Cuando se acercaba Mayo, intuí que la Virgen se la llevaría durante este mes junto a sí, como un signo, como un guiño de su amor hacia ella.
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